Desde la revolución Freudiana, y especialmente desde la Segunda Guerra Mundial, la fórmula secreta ha sido esta: si quieres desvalorizar lo que una persona está haciendo, llama psicopatológico a su acto y llámalo a él mentalmente enfermo; si quieres exaltar lo que una persona está haciendo, llama psicoterapéutico a su acto y llámalo a él sanador mental.
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